
Es curioso como suceden las cosas, uno sabe quién o de dónde es hasta que deja de ser o está en un lugar de donde no se es. A García Márquez le pasó como un proceso, a mi me pasó en un día, más aún en unas cuantas horas. Hablo de mi toma de conciencia de ser además de mexicano, soy latinoamericano.
Yo salí a Europa por razones de las que no vale la pena hablar acá, pero mi ilusión era por salir de México por primera vez, por cruzar todo un océano, por conocer París, etc. No pensaba que el principio de incertidumbre afectaba mi capacidad de asumirme como latinoamericano. Yo había escuchado mucho tango, muchas trova cubana, canto nuevo chileno, rock argentino, había leído a Vargas Llosa, estaba leyendo a Cortázar, sabía de Allende, de César Sandino, de Pelé y de Maradona, pero aunque los sentía muy cercanos, siempre había una barrera ilusoria, otra vez las fronteras son más bien mentales.
Fue en un tren, por eso sé que me tomó unas cuantas horas (o muchas horas), salí de Salamanca con destino a Barcelona, un trayecto de cerca de doce horas. Pasamos por Vigo (eso creo), y ahí se subió alguien que tenía asignado el asiento de a un lado.
En un tren saliendo de Salamanca lleno de españoles fue una suerte que un no español se sentara junto a mí, era argentino, no recuerdo su nombre, recuerdo que era cocinero y que hacía una ruta gastronómica por Europa, recuerdo que comenzamos a hablar porque su maleta casi me cae encima. A él le parecía extraño mi acento aunque no lo reconoció porque no dije “güey”, a mi me pareció extraño su acento, “sho” existía demasiado para ser español pero tampoco era tan marcado para ser concluyente.
Comenzamos a conversar, a ambos nos dio cierto gusto confirmar que ni el uno ni el otro era español, no era nada con de ellos, pero daba gusto. Platicamos de muchas cosas, con fluidez, quienes me conocen sabrán que esa consigna de no hablar con extraños la tengo arraigada, en general, no hablo mucho, ni con extraños ni con conocidos, pero la lejanía y el ambiente español hizo que fluyera, hablamos de política, de la falta de esperanza para América Latina, de los Cadillacs, de Maná (él odiaba a los Cadillacs, yo a Maná), de futbol, de Maradona, en fin, esa conversación de tren hizo brotar la simiente de la pertenencia.
No volví a saber de él, pero no le agradezco nada salvo el desenfado de estar doce horas en un tren, creo que tarde o temprano lo descubriría y lo iría reafirmando como ha sido desde entonces, tenemos algo en común más fuerte que nuestras diferencias, no sé a ciencia cierta que es, no es sólo la lengua -porque los brasileños no la tienen-, no es el mestizaje –porque los argentinos lo tienen poco-, es creo, nuestra concepción de las cosas, de la vida, nuestra forma de vivirla, nuestras aspiraciones, esto por dar una solución rápida al tema.
Solo quería compartir esto porque independientemente de las posiciones políticas, es necesario que cada vez más tomemos conciencia de que la identidad latinoamericana existe, somos una nación dividida en varios Estados, pero nuestras sociedades no encuentran motivos para estar divididas -mas que la emoción del futbol- fuera de eso, creo que podríamos convivir bien y funcionar mejor como una sola sociedad.