Desde que Enrique Peña Nieto ganó las elecciones para gobernador con una ingente cantidad de recursos en publicidad y explotando su imagen de joven, bien peinado y parecido, comenzaba a anunciarse que el resurgimiento del PRI rumbo a la presidencia vendría en 2012 con el político mexiquense. Después vinieron sus primeras acciones de gobierno, pero fundamentalmente vino una inyección monumental de recursos en promover –o en hacer alegoría- de dichas acciones y en posicionar al gobernador del Estado de México como un político que cumple, que es moderno, sensible y en términos de Paty Chapoy, que sobre todo es guapo.
Toda esta atmósfera que rodea a Peña Nieto, (aunado al enorme poder que le da el gobernar el Estado más poderoso del país en términos políticos, económicos y demográficos) lo ha colocado como el candidato obvio para el “nuevo” PRI en el 2012; y Enrique Peña lo sabe, lo propicia, lo impulsa, se le mira junto a Felipe Calderón bastante cómodo, hablándose de igual a igual, sintiéndose el estadista moderno y predestinado que México ha esperado desde Cárdenas, o desde la Revolución, o desde tiempos inmemoriales.
Independientemente de los juicios que podamos tener sobre el desempeño de Enrique Peña (aunque el Estado de México de sus spots no corresponda con el de la realidad), lo cierto es que el capital político que ha acumulado es jugoso, no sólo el PRI, sino también para el proyecto neoliberal, el proyecto de la derecha, es decir del Partido Acción Nacional.
Por supuesto que cuando alguien formula una tesis así nada más, las incredulidades florecen tanto a la derecha como a la izquierda; por eso habría que explicar un poco más el panorama que se podría dar a finales de 2011. Para entonces, el PAN tendrá consigo el desgaste de 12 años en el gobierno, de los cuales por lo menos seis fueron llenos de estultez política, vacíos de poder y (hoy nos enteramos también) de posible corrupción en lo más alto del gobierno foxista.
Además, la derecha en general se enfrentará -muy probablemente- contra un gran bloque de izquierda cuya fuerza dependerá de si se agrupa en torno a un proyecto o a un caudillo, pero esa es otra historia, lo cierto es que la izquierda irá unida y compacta. ¿Y la derecha?, ¿se arriesgará la derecha a ir divida?, ¿Tendrá el PAN un candidato capaz de competirle al tremendo capital político de Peña Nieto y a un bloque de izquierda fortalecido por el desgaste de más o menos 25 años de proyecto neoliberal?
Esas son algunas preguntas que seguramente, para 2011, tendrá que hacerse el PAN, y cuyas respuestas lo llevarán a decidir entre dos opciones: la primera tendría que ser una alianza abierta con el PRI, en la cual tuvieran por candidato común a Enrique Peña. Lo anterior por supuesto, bajo el argumento de que Peña fue un “gran” gobernador por un lado, y por el otro, el nuevo peligro que representa ese gran bloque de izquierda que convertirá a México en otro Venezuela o Bolivia. Sin embargo, este descaro pondría al PAN en una posición de debilidad y lo desencantaría con los sectores antipriistas del partido. Ante tal situación, estaría la segunda opción, que podría ser el acuerdo en lo obscurito con el PRI, es decir, el PAN no le haría sombra a Peña colocando a un candidato débil a cambio de asegurar la continuidad del proyecto neoliberal y por supuesto, de espacios y recursos.
En cinco años podríamos estar observando una elección que tenga por aliados, por primera vez en la historia, a los dos partidos más antiguos del sistema político mexicano, muchas veces se les ha acusado de tener alianzas de facto que les permiten conservar gran parte del poder político de este país, pero es probable que la buena imagen pública y el capital político de un personaje como Enrique Peña Nieto sean el factor que saque a la luz lo que muchos sospechan y otros creen fielmente, a saber, el PRI y el PAN son capaces de alianzas pragmáticas que les permitan contralar y perpetuar el proyecto neoliberal que se ha establecido en este país.
Sin duda muchos factores cambiarán, otros actores aparecerán, pero por el rumbo que llevan los acontecimientos, tanto derechas como izquierdas deberían reflexionar sobre el peso que puede tener un actor tan disímil –al menos en apariencia- como lo es Enrique Peña Nieto.