11/09/08

El letargo negociado

Dice Oscar que debería de escribir más, estoy de acuerdo, no puedo tene run blog plagado de recomendaciones, pero una vez escuché que un buen escritor era tal cosa en buena medida por ser un buen lector. No soy ni un buen lector, ni un buen escritor, pero me esfuerzo por ser al menos lo primero, así que con el perdón de Oscar (a quien él sabe que aprecio incanzablemente) les recomiendo otro artículo. Este es de Aguilar Camín, particularmente me gusta el último párrafo y creo que da luz sobre quienes debemos de ser, si queremos transformaciones.
El letargo negociado
Hector Aguilar Camín

Jueves, 11 Septiembre, 2008
En todas las cuestiones fundamentales para ser un país democrático, próspero y equitativo, México tiene convicciones divergentes.
El país clama por seguridad pública, pero no quiere cumplir la ley: la mayor parte de sus ciudadanos vive en distintos órdenes de ilegalidad –de la evasión de impuestos y la informalidad económica, al narcotráfico y el crimen.
El país quiere acabar con la corrupción pero la corrupción es solución obligada o consentida para los problemas prácticos de todos los días.
Quiere una sociedad civil participativa, pero ha entregado el monopolio de la participación política a los partidos.
Quiere una economía próspera y competitiva, pero en cada sector de la economía hay prácticas monopólicas, estatales y privadas, que frenan la competitividad y la inversión.
Quiere empleo pero no facilita la acción de los empleadores, es decir de los inversionistas que crean empleos.
El país quiere educación de calidad, pero sostiene, tolera y protege políticamente a una vieja estructura burocrática y sindical que impide avanzar en ese camino.
Lo mismo le sucede en el ámbito de la salud pública, de la electricidad, o del petróleo. Frente a cada gran reforma de la educación, la salud o la energía que el país necesita, hay un sindicato poderoso y alianzas políticas suficientes para impedirlas.
El país quiere ser federal y descentralizado, pero su federalismo ha descentralizado viejas prácticas de control político y dispendio del gasto, características del antiguo presidencialismo federal.
En suma, el país quiere a la vez ser moderno y permanecer igual, quiere los beneficios de la modernidad pero no pagar su precio: cúmplase la modernidad en los bueyes de mi compadre.
Nadie ofrece un liderato claramente comprometido, con las aspiraciones de modernidad que sobran, que probablemente son las mayoritarias, en la sociedad mexicana.
Nadie, entre las fuerzas políticas, piensa que un proyecto claro de modernidad pueda ser persuasivo, ganar la voluntad, los sueños y los votos de la nación.

Todo se va en la búsqueda de lo posible: el pleito y el empate de cada día. El país por eso avanza poco, discute mal –locuras o trivialidades–, se paraliza por caprichos y parece ir a la deriva, en manos de pequeñas iniciativas del gobierno y grandes oportunismos de la oposición.
El país necesita un grito de modernidad que lo saque del letargo negociado en que vive. Una propuesta clara de cambio, adecuadamente polémica, prometedora y atractiva, frente a la cual definirse.

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